sábado, 1 de noviembre de 2008

Pachito Eché

Francisco Echeverri Duque

Aquí en esta casa llegó a vivir a Medellín, luego de su éxito en el Hotel Granda de Bogotá, don Francisco Echeverri Duque. Ya había transcurrido tanto tiempo después de la Violencia de 1948 cuando fue incendiada Bogota y debió huir.
Ese Bogotá cambiaria de una vez por todas y don Francisco Duque regresaría derrotado a Medellín a vivir en esta casa de Prado donde lo visitaría en el crepúsculo de su vida artistas como Berenice Chávez, los Panchos, Lucho Bermúdez entre otros
Presentarse en el Hotel Granada, en pleno centro de la capital (Avenida Jiménez con carrera séptima), era la prueba definitiva para cualquier músico.
Una noche la capital sucumbió ante el estreno de Pachito Eché, son paisa, escrita por el saxofonista de la orquesta de Lucho Bermúdez, Alex Tovar, y dedicado al administrador mayor accionista del Hotel Granada, Francisco Echeverri. En esa segunda mitad de la década entre 1940 y 1950 fue sin duda la época más fecunda de Tovar como compositor, no sólo dio a conocer la famosa canción dedicada a Don Francisco Echeverri Duque "Pachito", sino que, también durante este lapso compuso y estrenó varias de sus obras más significativas: Atardecer En Patiasao, Agua Sagrada, Hoy He Visto Unos Ojos y Poco a Poco, además inició con su orquesta, la participación en programas radiales emitidos por la radiodifusora bogotana Nueva Granada.
Para la época, Alex Tobar y su orquesta amenizaban las noches del hotel, reemplazando a la que por varios años lo había hecho, la del gran maestro Lucho Bermúdez, quien se trasladó a Medellín en 1948 para ser orquesta de planta unos pocos años en el Hotel Nutibara y por 12 años en el Club Campestre de la capital antioqueña.
Una vez el porro se infiltró en Bogotá, la ciudad comenzó esa apertura de oído y de criterio que la hacen hoy una verdadera capital, un escenario de múltiples expresiones.

V.B.
Alex Tovar

Hotel Granada

Videos :

El Gran Combo "Pachito Eche"

Tito Puente y Celia Cruz - Pachito Eché (Mambo-inn.com)

lunes, 20 de octubre de 2008

Una mujer de cuatro en conducta. Film


Una mujer de cuatro en conducta

1961 – 105 min. – Blanco y negro – 16 mm – Ficción
Dirección: Carlos Cañola Tobón.
Asistente de dirección: Guillermo Isaza.
Guión: Carlos Cañola Tobón.
Argumento / textos: basado en la novela homónima de Jaime Sanín Echeverri.
Dirección de fotografía-cámara: Enock Roldán Restrepo.
Iluminación-escenografía: Guillermo Isaza.
Productor: Filmaciones Antioquia.
Producción: Enock Roldán Restrepo.
Intérpretes: Rosario Vásquez Calle, Gabriela Montoya Rivera, Héctor Correa Leal, Nohora Isaza, Rafael Uribe Avendaño. Armando Vanegas, David Henao Arenas, Gustavo Henao, Concha de Monsalve, Blanca Nelly González, Manuel Cano, Gabriel Acevedo, Antonio Monsalve, Socorro De la Villa, Lilian Acevedo, María Victoria Botero, Ruth Vera. José Ramírez, Víctor Álvarez Zuleta, Magdalena Moreno, Arturo Areiza, Amparo Henao, Beatriz Ángel, Magdalena Restrepo de Mejía, Alfredo Álvarez, Miriam Vera, Orfa Arango, Ana María Valencia, Jorge Villa, Marco Tulio Hurtado, Olga Herrón, Alfredo Giraldo, Amparo Henao, Arturo Henao, Otoniel Monsalve, José María Correa, Ricardo Ochoa Espinal, Gilberto Ospina, Álvaro Obando González, Inés Londoño, Magdalena Rendón, Lilian Gaviria, Nohora Espinosa, Maruja Jiménez, Nubia Valencia, Ruth Gómez Montoya, Ana Berta Montoya de Gómez, Gloria Echeverri, Cecilia Rendón, Noemí Arango de Arbeláez, Lucrecia Barrientos de Arango, Pedro Antonio Álvarez, Carlos Restrepo, Alejandro García, Alejandro Mejía, Humberto Osorio Garavito.
Sinopsis: Helena, joven y agraciada campesina, abandona la casa paterna atraída por la vida en la gran ciudad. Del hogar donde trabajaba como doméstica es expulsada al encontrársele una foto del joven de la casa. Intenta en una fábrica, es asediada por obreros y compañeros, queda embarazada y es despedida. Prueba la mendicidad, no lo soporta, tiene su hijo y, finalmente, debe trabajar en bares y cantinas. Un rico heredero la hace socia de un proyecto de un gran centro nocturno, pero muere en misteriosas circunstancias. Al quedar exonerada de toda culpa decide el ingreso de su hijo a una comunidad religiosa, mientras ella hace lo propio en un convento.
......


Jaime Sanín Echeverri
1922-2008
El escritor, pedagogo y periodista Jaime Sanín Echeverri falleció el 1 de marzo de 2008 en la ciudad de Bogotá. Había nacido en Rionegro (Antioquia) en 1922. Era uno de los 11 hijos de Clara Echeverri y del médico Andrés Sanín Llano. Fue padre de 15 hijos, entre ellos Mariestella y Noemí.
Era abogado de la Universidad Pontificia Bolivariana. Se destacó en el periodismo desde las páginas de El colombiano, donde escribía la columna Sangría, El Espectador y El pueblo, entre otros. Fue uno de los fundadores de la revista Arco y de la agencia de noticias Colprensa.
También incursionó en la televisión con la programadora Promec, donde produjo series televisivas como Revivamos nuestra historia, realizada en sociedad con Eduardo Lemaitre, Dialogando, Valores humanos, Tú y la música, Las mujeres y el hogar y el Noticiero Promec. En la radio fue director del radioperiódico "Última Hora", de la emisora la Voz de Antioquia.
Se desempeñó en diferentes cargos públicos y privados, fue rector de la Universidad de Antioquia en los años sesenta y de la Universidad Pedagógica, director de la Asociación Colombiana de Universidades (entre 1963 y 1969), director del Sena de Antioquia, gerente del Instituto Colombiano de Seguros Sociales de Medellín, cónsul en Génova (Italia) y profesor de los cursos de Psicopedagogía Correccional del Instituto Psicopedagógico Amigó, que dieron origen a la Fundación Universitaria Luis Amigó.
Era miembro y subdirector de la
Academia Colombiana de la Lengua y recibió "La Orden Camilo Torres", "Orden al Mérito Civil de la República de Italia" y "la Medalla Estrella de Antioquia", entre otras condecoraciones y distinciones.
Su obra literaria
Una mujer de cuatro en conducta, escrita en 1948, fue llevada al cine en 1961 por Carlos Cañola Tobón y se realizó como telenovela en 1980 por la programadora RTI Televisión, en esta oportunidad protagonizada por Laura García y Fabio Camero.
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Tomado de Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano

Sobre Una mujer de Cuatro en conducta




JAIME SANÍN ECHEVERRI
MEDELLÍN: INICIO A UNA MODERNIDAD TRAUMÁTICA
Augusto Escobar Mesa

Me dio Medellín el amor que me ha acompañado fiel hasta la vejez
Jaime Sanín Echeverri

2 Si para Manuel Mejía Vallejo Una mujer de cuatro en conducta de Jaime Sanín Echeverri es el primer intento serio de novelar la ciudad 3 , para Abel Naranjo Villegas es una novela de envergadura 4 que tuvo una amplia recepción en el país 5 . Mientras Javier Arango Ferrer la considera la novela de Medellín por excelencia y una de las más importantes de su género que con un mínimo de materia narrada logra el máximo de expresión 6 , Otto Morales Benítez la reconoce como una obra valiosa porque muestra de cerca las pasiones, sentimientos, luchas y agonías que atenazan la vida de los hombres de provincia, los transciende para dejar entrever lo que ellos tienen de universal 7
.En una carta de respuesta a los comentarios hechos por Baldomero Sanín Cano a la novela, Sanín Echeverri afirma en un aparte: “todo ha sido escrito de buena fe, y que, aunque produzca escándalo, forman paralelos con la realidad cada uno de los lingotes que allí se estampan... esto se predica de una sociedad reputada de cristiana... absorbida por el capitalismo... en la que la justicia no es una virtud a la moda”
8
. Así, el escritor pone el acento en algunos de los aspectos más relevantes de la novela, los mismos que se enfatizan aquí. Por eso se dejan de lado, a pesar de su importancia, aquellos temas que tienen que ver con lo estrictamente literario
9
. Por ser la novela de Sanín una historia narrada de personajes que viven y se desviven en Medellín y con la cual pueden reconstruirse formas de vida y de pensar la ciudad y la sociedad en el segundo cuarto de esta centuria, en este capítulo se intenta penetrar en el alma y en los mil rostros de una urbe que inicia su vida a una modernidad que acepta y la desarraiga. Pocas novelas
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logran mostrar de manera tan incisiva, irónica y crítica el desarrollo de una ciudad que a su paso va dejando un reguero de seres abandonados a su propio destino y huérfanos de identidad. En la novela se percibe lo que, en sus vicios y virtudes, será la Medellín de décadas posteriores, y aun la del presente.
El texto se inicia con la despedida del año viejo de 1930 en Santa Helena, vereda
campesina de Medellín. Allí, varias familias amigas de clase media celebran las
fiestas de fin de año sin el “volumen y la solemnidad” de años anteriores. Una atmósfera cambiante y disolutiva aparece en el ánimo de cada uno de los asistentes y en el ambiente de aquel “trágico” año viejo
11
. Ese encuentro, en el cual se reniega y cuestiona todo porque ya nada es igual, y el inicio de la vida de Helena –la protagonista– en la ciudad, obligada por la miseria y el abandono institucional del campo, son el signo de tiempos aciagos –según el narrador, y a la vez protagonista– que deben padecer los individuos y la sociedad por la imperativa urgencia del cambio y por haber abandonado las formas de vida del pasado.
En medio de esta realidad aparece Helena Restrepo, una ingenua campesina cuya familia se ha desmembrado por razones de apremio económico y que vive sola con su padre en una mísera parcela cultivando flores que nadie quiere comprar. Ella abandona el campo que tanto ama por los mismos motivos que su familia: para ir a trabajar como empleada de servicio doméstico en casa de sus patrones. Este viaje, desde la bucólica vereda de Santa Helena a la ciudad hostil, es el camino de descenso al infierno en aquel crítico año de 1931. Su vida de sirvienta, las actitudes conservadoras de la clase emergente y las críticas de la nueva clase capitalista, el desarrollo de la clase obrera, las secuelas de la descomposición social producto del naciente capitalismo, los cambios de hábitos de la clase media, derivados todos de la crisis mundial de 1929, que veladamente se sugiere al inicio de la novela con la celebración deslucida, se vuelven recurrentes en el texto. Estos motivos, y otros afines, permiten indicar el carácter realista y testimonial de la novela, sin que se reduzca a esto, de una época en la que confluyen:
Primero, dos formas de vida en el tiempo: el pasado, que se quiere dejar atrás con sus viejas costumbres provenientes de la vida campesina de antes; y el presente, con el que se pretende, para ser contemporáneo de todos los hombres, imitar las modas y costumbres traídas de fuera que dejan un sabor amargo y un desarraigo en el espíritu de esa sociedad.
Segundo, dos modos de producción y de relaciones sociales: la precapitalista, propia de una economía insubsistente, artesanal, como la de la familia de Helena y la de los campesinos de Santa Helena, en la cual predominan relaciones paternalistas que sujetan a los individuos a una tradición y al orden de valores de los patrones, siempre inalterable y que impiden todo progreso; y el modo de producción capitalista que se observa en el funcionamiento de grandes fábricas, en el desarrollo urbanístico y en las nuevas formas de consumo. Esa modalidad de progreso muestra, de un lado, el desarrollo tímido de la industria antioqueña, supeditada aún a ciertos cánones de la
moral católica y a los vaivenes de políticas económicas gubernamentales atrasadas y proteccionistas y, de otro, paradójicamente, se ponen en evidencia todos los vicios del capitalismo salvaje: concentración de riquezas, avidez sin límites, afán de lucro y lujo desmesurado, falta de escrúpulo ético y moral.
Tercero, dos maneras de percibir el mundo: la idealizada de una época tranquila –aunque con muchas limitaciones económicas por la falta de progreso y desarrollo tecnológico–, de unidad familiar y religiosa –ejes de ese tiempo y factores de control social–, de convivencia con el medio natural, de bucólica ensoñación de tiempos idos o a punto de desaparecer definitivamente; y la realista, de una sociedad en proceso de difícil acomodamiento a las nuevas circunstancias históricas y socioeconómicas que muestra un orden de valores antagónicos al período precedente. Es la mirada descarnada de una sociedad anómica a trancos en busca de un destino que se manifiesta cada vez más incierto. Es el equívoco de aceptar un progreso del cual se ignora su finalidad.
En la historia narrada, Helena es a Medellín lo que al protagonista es el campo: seres ajenos y agonistas que añoran un espacio que ya no les pertenece por la condición de desarraigo en que viven y por no haberse adaptado a sus códigos y pautas de conducta, sobre todo en relación con la ciudad. Para Helena, Medellín será siempre un espejismo tras el cual corre y al cabo lo que encuentra es una suerte de muerte en vida; igual de efímero es su Rodrigo, utópico amor, quien siempre, ajeno a ella y a la ciudad, busca refugio –bajo la presión inocultable de su madre y de la tradición antioqueña de antes– en la vida religiosa. El protagonista es otro ser idealista que en su intelectualidad nunca logra aprehender el sentido de la realidad desfigurada del presente. Sueña con una mujer, la Helena del campo y del pasado, que abandonó todo por las urgencias del presente y con una ciudad inexistente porque la del presente, Medellín, es hostil al arte, a la cultura y, en consecuencia, al hombre. Equívoco, inestable, paradójico en su acción y decisión, es firme crítico de su sociedad por clasista, elitista y discriminativa.
El síndrome 1930 es tal en la novela que en los hechos del presente difícilmente puede reconocerse el pasado; sin embargo, éste permanece como un vestigio que, paradójicamente, sigue afectando todo: “Esta es la época, 1931, en que los paisajes deben atravesar la novela con la velocidad de un automóvil en la carretera. Mañana será en Colombia el avión. Pasado mañana será el transporte–cohete, en que el paisaje aparezca ante el pasajero tan rápido que la pupila no sea capaz de captarlo” (p. 30).
La crisis abre una brecha imposible de cerrar. Ya nadie quiere reconocerse en el
pasado inmediato porque el presente, y más aún el futuro, son inciertos. El nuevo
tiempo es de vértigo, el cual impide su adecuada asimilación, de ahí la confluencia de situaciones y estados, incluso contradictorios, unidos en una madeja difícil de separar: se pasa de una vida campesina, carente de todo, a la aparente prodigalidad de una sociedad urbana que abre sus puertas a la vida moderna. Nuevos hábitos identifican a la nueva clase social, la pequeña burguesía, que para su ocio y conocimiento nada quiere saber de su país de origen, viaja al exterior y se contagia de todo lo foráneo, único digno de valor; se sumerge en ese ambiente para luego, desadaptada, vivir de nostalgias que nunca serán suyas; critica acerbamente una cultura y una sociedad que nada o poco hace por cambiar.
Hasta el diseño urbanístico lleva el afán arribista de los recién llegados. Las casas solariegas llenas de luz y aire, propias del trópico, son ahora reductos e imágenes de un pasado claudicado que hay que borrar a toda costa. La novedad del presente demanda cambios en los espacios según nuevos estándares y tendencias de modas extranjeras. Interesa el barrio, la casa, los interiores, a la manera inglesa, suiza, norteamericana, lo que lleva inevitablemente a una “Babel en la arquitectura” (p. 59) y, por ende, en la perspectiva del narrador, a la pérdida progresiva de la identidad cultural. Los nuevos capitales y afanes de consumo, la nueva tendencia histórica y política –la liberal–, demandan un cambio de mentalidad la cual implica, para muchos, arrasar con cualquier huella del pasado, rezago colonial y representación de la hegemonía y el oscurantismo conservador. Pero la renovación, para el narrador, no conduce sino a una actitud reformista de la nueva clase, emergente, vanidosa, esnobista y de mal gusto que en su afán de parecerse al extranjero termina por no parecerse a nadie, sino a sí misma: híbrido cultural que fue y nunca más ha dejado de serlo.
En estas condiciones, los cambios materiales no corresponden de igual manera con los de la conciencia individual y social. La paradoja y la ambigüedad se instalan en ellas, impidiendo la aceptación inmediata de las nuevas realidades, lo que genera su distorsión y un clima de conflicto que para el narrador (observador omnipresente) y el protagonista (vivenciador), es el efecto de la crisis socioeconómica e institucional, dicho explícitamente, y de la incertidumbre ante la nueva opción política, la liberal, sugerida entre líneas.
Urge el cambio, pero éste apenas si se logra. Se progresa, pero inmediatamente se
aplican correctivos, se actúa protectora y recelosamente. Insta una nueva mentalidad, pero la moral católica tradicional ejerce el control moral e ideológico, impide la libertad de acción y se opone al progreso. Acción y reacción confluyen para generar, paradójicamente, cierto inmovilismo y neutralizar posibles cambios, pero ese estatismo lleva al rechazo, casi siempre marginal, de los intelectuales, de Helena, de las muchachas del servicio contestatarias de su situación y de Matilde la pordiosera, personajes que ponen en cuestión las estructuras de dominación social y el statu quo, el cual muestra las fisuras por donde se avisora, incierta, la nueva sociedad y su nueva axiología.
Pero es Helena como personaje y como idea la que vertebra el texto y espejea los sentidos que dimensionará esta novela, en apariencia simple. Como la Helena de Homero, que por su belleza es generadora involuntaria de conflictos, la Helena Restrepo de la novela es el objeto de las miradas encontradas y celosas del protagonista y de las ingenuas de Rodrigo Alfaro. Guardando las proporciones, Susana de Alfaro es una especie de Paris homérico, en la mera sustracción de un medio, que arrebata a la joven de su espacio natural; y William es el extraño violador de su virginidad que hará de ella un ser desarraigado para siempre, una autoexiliada de sí, de su medio natural, sin regreso posible, y de la sociedad en la que se encuentra y nunca la aceptará. Como la Helena griega, aunque nadie directamente la condene ni la haga responsable de su mísera existencia, Helena Restrepo se culpabiliza, maldice su trágico destino como si hubiera algo más originario, ese sentimiento de exclusión histórico y cultural de la mujer que bien pone en evidencia el grupo de mujeres de humilde condición que cuestiona la masculina sociedad de clase por la discriminación que se ejerce contra ella: el cristianismo levantó el nivel de la mujer, debe entenderse que fue el de las buenas, pero rebajó el nivel de la mayoría. Las que antes éramos mujeres legítimas de un solo marido, ahora somos las barraganas de él. Ni nos tiene que alimentar –las que hablan son mujeres que buscan empleo como sirvientas–, ni vestir, ni darnos techo. Todo esto es para las ricas. A las pobres, que nos coman los chinches....Vea lo que es la ignorancia. No saber que en la antigüedad la mujer, por el solo hecho de ser mujer, era esclava... Pero déjate de ser tan letrada, y decir que las garantías de la mujer son las mismas del hombre. O si no di: ¿hay un solo hombre que se case doncello? ¿Y hay una sola mujer que sin ser doncella se case? ¿Son muchos los maridos fieles? ¿Y las mujeres infieles tienen la misma suerte de los otros?. Esas son bobadas. Desde que nacimos mujeres estamos jodidas. Escriben y escriben, y mientras más escriben más nos jodemos (p. 120-121).
La Helena que el protagonista añora al comienzo, representa la imagen de un pasado feliz por lo elemental y arcádico; es la expresión de la época cuasimonástica que
precede a la crisis; es la nostalgia de 46 años de hegemonía conservadora que ahora se ve rota por la aparición de un nuevo tiempo y una nueva realidad; es la imagen de un presente: reducto del pasado y añoranza de un futuro incierto; es, como el mismo protagonista lo dice, “la mujer al alcance de la crisis, estilo 1931” (p. 36); es el punto de encuentro de dos realidades que se escinden para ya no volver a su unidad esencial. Al abandonar el campo, Helena entra a una ciudad que, presta a seducir a los que vienen de afuera, centellea coqueta con sus luces titilantes por su estado de acomodamiento.
El viaje de la joven a la ciudad es como las aguas de la quebrada Santa Helena: no tendrán oportunidad de retorno luego de salir de su cauce. Las aguas cristalinas, a las que tanto se alude en la obra, y que sirven de espejo a la joven Helena, no le devolverán la imagen originaria. No se bañará dos veces en la misma quebrada, diría Heráclito, por ese devenir ineludible de lo que será su vida más allá de las fronteras del campo; además porque al despeñarse desde lo alto de la montaña, la quebrada, en su vertiginosa corriente arrastrará, atravesando la ciudad, “cada día mayor cantidad de excrementos humanos” (p. 210): “la preciosa campesinita de Helena acabaría por ser de Rodrigo, y ... la ciudad daría en breve cuenta de su inocencia, del mismo modo que las aguas limpias de la quebrada de Santa Helena se tornan inmundas desde que llegan a Medellín, y más inmundas cuanto más penetran en la ciudad” (p. 44). El narrador–protagonista debe admitir una doble pérdida que remite a momentos históricos importantes:
Primero, la pérdida irremediable de la joven luego del viaje a la capital, lugar del burgo (de la mediana comodidad, de riquezas y supuestas seguridades) y de la burguesía (ostentosa, ambiciosa, esnobista, deseosa de lujos y privilegios). Con ella se pierde el tiempo del pueblo (de la tradición, del aislamiento, del conservadurismo, del pasado señorial, de la religión tradicional). Todo esto queda atrás, pero en el fondo hay una cierta nostalgia por ese tiempo ido: la paz, el transcurrir tranquilo y sin sobresaltos y un orden de valores tradicionales consolidados.
Segundo, la pérdida de una supuesta estabilidad moral, social y económica. El presente resulta incierto en la realidad y en la imaginación. La aspiración de los patrones de Helena de convertirla en cocinera de una familia rica, se vuelve imposible. Escasamente pueden sostenerla por la escasez de todo: “dar trabajo era la necesidad del país, y pagar salarios, por bajos que fuesen, era una aventura aún” (p. 68–69). Hay que hacerse a la idea que la época de bonanza de los años veinte se esfuma al igual que las aspiraciones de progreso de Helena. A ésta sólo se le augura miseria, igualmente a la economía del país; se paraliza el auge reformador en las construcciones, muchas empresas quiebran hasta llevar a los acreedores a entregar “las argollas de matrimonio”

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. Es la época en la que no se habla sino “de crisis y política a desayuno, almuerzo y comida. Y crisis triunfante y punzadora, como si no tuviera enemigos” (p. 41).
El desarrollo industrial iniciado en la década del veinte trae como consecuencia la aparición de nuevos sectores de clase: una burguesía terrateniente y otra industrial, la clase obrera que es la que padece directamente todas las crisis y un sector exclusivo de la clase media que se lucra de las demás por efecto del manejo de la economía y la sociedad de los dos primeros sectores. Es por la actividad de esta clase que en la novela puede observarse el cambio de valores en la sociedad antioqueña y colombiana y el estado de descomposición social creciente.
El aislamiento conservador que mantiene por décadas al pueblo colombiano encerrado mirándose a sí mismo y bajo el santo temor de los pantocrátor de las hornacinas, viviendo al vaivén del balido de los animales y de una educación monástica marginada de lo que sucede en el resto del mundo, sometido a la supuesta virtud de las costumbres y al tañido de las campanas, comienza a resquebrajarse con el desarrollo del capitalismo agrario exportador (haciendas cafeteras y ganaderas), penetración del capital extranjero (época de “La danza de los millones”), despegue de la industria textil y de la consecuente implantación de una infraestructura necesaria (carreteras, puertos, ferrocarriles). Acompaña a este desarrollo socioeconómico una apertura de las fronteras físicas, mentales y culturales: Medellín comienza a recibir “muchos forasteros”, algunos de los cuales van a renovar las construcciones públicas y privadas; otros, oriundos de Antioquia, “viajan con frecuencia por tierras lejanas recogiendo lo peor de todas ellas para traerlo a la suya” (p. 18).
Hasta el tratamiento personal se ve afectado con esa apertura al exterior, como lo registra el protagonista cuando dice que con esos cambios llegó a “Medellín el uso del tu, que antes de 1925 era [signo] de amancebamiento” (p. 18). Esta fecha es triplemente significativa: primero, porque es el comienzo del fin del gobierno hegemónico y de la moral cerril conservadora; segundo, porque es el inicio de la modernización socioeconómica con la penetración de capitales extranjeros, de la crisis mundial y de la aparición de nuevas formas de vida como consecuencia de aquellas; tercero, porque remite a la edad de la razón del escritor. Hijo de ese tiempo, se inicia con los ojos abiertos a una nueva vida plena de ignotas experiencias que marcarán de manera definitiva la entrada del país y del hombre colombiano al siglo XX y a la modernidad. Veamos brevemente cada uno de estos momentos:
Primero: la década del veinte marca el inicio del cambio de mentalidad política de una
sociedad (tendencias laisseferistas, socialistas, liberales), económica (capitalismo), social (sindicalismo), sociocultural (modernidad) y, levemente, estética (una nueva forma de novelar según los nuevos tiempos). Aunque el narrador atribuye al campesino Marco Antonio, en su supuesta ignorancia, la idea de que el uso del tú es “una de las tantas innovaciones revolucionarias [que] los liberales querían imponer” (p. 18), y que él como hombre urbano y de su tiempo utiliza comúnmente, es el reconocimiento implícito de la irreversibilidad de los cambios que se están operando en el mundo y, particularmente, en la microrealidad espacio–temporal de la región antioqueña. Es la aceptación del camino al liberalismo, a la modernidad y al librepensamiento (el narrador es un intelectual que desea la libertad, la equidad, la fraternidad en todos los órdenes y se pronuncia por su instauración). Lo que el narrador pone en boca de Marco Antonio como una crítica y preanuncio, es lo que desea para la nueva sociedad: contemporaneidad con todos los hombres material y espiritualmente.
Segundo: 1925 indica el inicio del segundo cuarto de siglo, quizá el más importante, porque es la base de la modernización del Estado colombiano y de lo que será la nueva sociedad. Por eso se exige un nuevo individuo, pequeño burgués, que requiere formación académica más cualificada, mejor si es fuera del país, nuevos hábitos de vida que riñen con los del momento, nuevas modas y hábitos alimenticios, nuevo tipo de vivienda y de diseño arquitectónico y nuevas formas de relación personal. El narrador lamenta estos cambios por lo que van a significar en cuanto a la pérdida de identidad cultural; no son cambios a nivel de la conciencia, sino aparienciales, mediados por el arribismo social y el consumismo a la manera de los norteamericanos. La siguiente cita, a manera de comparación, ilustra claramente su postura crítica con respecto a ese grupo social:
‘La quebrada arriba’ fue el orgullo de Medellín, y lo más digno de verse en
cuanto a barrios residenciales hasta muy entrado el siglo. Espaciosas casa–
quintas de jardines umbríos y tupidas enredaderas dábanle un sabor
españolísimo en cuanto a la arquitectura, pero incomparablemente tropical
en cuanto a la flora abundosa. Más tarde, en la inflación de Ospina,
construyóse al norte de Medellín el barrio de El Prado, petulante y lleno de
snobismo. Era el nuevo rico que venía a introducir inadecuados estilos
ingleses, suizos, nórdicos, en una ciudad española y tropical. Hacían furor
los tejados de gran pendiente, hechos en otros climas para que ruede la
nieve. A mí me había tocado construir varios de estos tontos edificios, que
eran la vanidad de los ricos. Les había ganado unos pesos con ello, pero en
mi interior maldecía su mal gusto y su pedantería... Se construyeron casas como para no tener hijos. Y pasó de moda la ventana arrodillada, única creación de nuestra arquitectura. Y estas casonas de claustro, y estas extensas casa–quintas, fueron relegadas a la condición de casas viejas, que era cosa tan despreciable en 1932, como el hierro viejo, como el scrap... No eran casas. Eran lotes para edificar. Llegué hasta bendecir la crisis que, paralizando las construcciones, había detenido la pica demoledora del mal gusto. ¡Pobres de los ricos! ¡Sus casas construidas a la moda pronto serían las legítimas casas viejas e inservibles! (p. 58).
Pero retomemos la trayectoria de Helena, que es a su vez la de las transformaciones de la sociedad colombiana de los años veinte al cincuenta. Coincide con el comienzo de solución de la crisis el ingreso de Helena a su primer trabajo como obrera en la fábrica de tejidos (Coltejer), luego de haber rotado por diversas casas de familia sin éxito alguno y huido de la Escuela Tutelar donde la hacen sentir en “un abismo de miseria y abyección” personal (p. 66). El tiempo de ahora es distinto y las fábricas se convierten, de alguna manera, en los remediadores –carácter mesiánico– de los problemas sociales ante la ausencia e incapacidad del Estado. Para Helena, como para tantas campesinas como ella, la fábrica le atrae con sus sirenas “como a los navegantes de antaño le atraían las sirenas de curvas incitantes a los escollos de Caprea” (p. 68).
La vida de Helena sirve a veces de pretexto al narrador para registrar los vaivenes de una sociedad, la antioqueña, que demanda todo esfuerzo para consolidar su presencia de pionera del progreso del país, pero también todas las dificultades que encuentra en su camino de despegue al siglo XX. La industria textil, la de más alto desarrollo en la región, se ve seriamente afectada por la recesión económica debido a la crisis, la cual se observa en el descenso de la producción, en la refundición y disminución de empleos, en las jornadas extenuantes de trabajo, en la utilización de mano de obra barata de miles campesinos, sobre todo de mujeres, venidos del campo debido a la miseria. Este es el tiempo en el que Helena no logra emplearse y padece el más cruel estado de marginamiento. Así como nadie quiere saber de ella por una situación de la cual no es directamente responsable, así se ve la sociedad del momento: nadie sabe cómo enfrentar una crisis que no generó. Es el estado de desconcierto total y de pauperización social que se vive en el instante. El siguiente diálogo entre Helena y doña Leocadia muestra tal estado de cosas:
Doña Susana me pagaba diez pesos. Yo creo que usted, tan rica, no sea
exagerado pedirle doce. ¿Doce pesos? ¡Y la comida! ¿Y el trapito que sobra? ¿Y la ayudita? ¡Ni riesgo! ¿No sabe usted que estamos en crisis? No me da pena pagar menos que Susana. Ya se ve que por algo tiene que salir de usted. Le pago siete pesos. Diga si le conviene así, o si no rebúsquese. No hay en Medellín, hoy en día, quien le pague más. Eso era hace dos años, cuando la plata no valía nada. No digo doce. Pagábamos hasta veinte y veinticinco... Así despilfarramos el dinero, y por eso estamos en lo que estamos (p. 53).
Pero la situación económica del país comienza a cambiar “a base de trabajo”. Por fin Helena encuentra empleo, y con ello su independencia después de años de esclavo servicio en casa de ricos y pequeños burgueses que nunca se sentían satisfechos luego de someterla a 16 horas continuas de ocupación. Ahora recibe cincuenta centavos diarios de salario y aunque representa un tercio del que reciben los obreros, es mucho más de lo que ganaba cocinando y con el doble de ventajas. Pero esta estabilidad le dura poco al ser despedida por su embarazo, pero sobre todo, debido al acoso sexual de su jefe y los celos de sus compañeras, defensoras acérrimas de la moral católica y de los intereses de la empresa. De nuevo se inicia para la joven un peregrinar de puerta en puerta solicitando un empleo que nadie quiere darle. La mendicidad es la única alternativa cuando la sociedad repudia a aquellos que, venidos a menos, un día creen que ella puede remediar sus males. Los mendigos que los ricos tanto desprecian son, como el mismo narrador sostiene, la cuenta de cobro por el estado de desigualdad propiciado por aquellos que se precian de cristianos. Los unos son gestores de los otros, gracias a los cuales, aquéllos viven con usufructo de éstos:
Dondequiera que haya ricos habrá mendigos porque la riqueza del mundo está bien calculada por Dios, y así donde a algunos les sobra, fatalmente a otros les falta. Así lo único que existe para remediar la miseria es dar lo superfluo... Jugamos aquí cacho. Allá jugamos en el hipódromo. Allí en la lotería. No sabemos qué hacer con lo que nos sobra” (p. 113).
Cuando “la crisis estaba conjurada” (p. 119), Helena abandona la mendicidad porque en Medellín había escasez de brazos y “cualquier persona que no fuera inválida hallaría qué hacer”; pero no ella, que estaba ya estigmatizada socialmente. Otro es su destino social: la prostitución, con la cual se venga, inconscientemente, de su reclusión definitiva en la marginalidad. En la época de crisis, ella “no podía entender a Medellín. Lo odiaba como lo odian todos los que no lo conocen, los que no saben vivir su vida, agitada pero amable”(p. 160). Es el reconocimiento de un espacio que aunque seductor, le es completamente extraño y hostil. Pero ahora todo ha cambiado, por eso afirma que: cada uno habla de la feria como le va en ella. Cuando yo no hacía otra cosa que mendigar un empleo de puerta en puerta, sin que nadie me diera nada, renegaba de la ciudad. Así le pasaba a usted [al protagonista] en ese tiempo: estábamos en la crisis y rajábamos de la ciudad, porque estábamos muy pobres. Ahora le va bien a usted con su profesión. Y yo no me puedo quejar. Veo que la plata está aquí a rodo, y la gente la gasta a manos llenas. Por eso hablamos bien de la ciudad” (p. 161).
En la novela se muestra el paso de una sociedad precapitalista a una capitalista no asimilada que va dejando a su vera heridas difíciles de cicatrizar, las mismas que en el futuro pondrán en evidencia los vacíos estructurales de la sociedad colombiana. La marginalidad del pasado que no es remediada con soluciones efectivas, cambia de rostro, pero sigue siendo igual, anómica y fisuradora del orden social. A Helena, pobre y cocinera ayer, y hoy rica y prostituta, la sociedad la sigue viendo como un ser ajeno a ella, marginal, que debe tolerar, para que usufructuándola (como prostituta) una minoría pueda “salvarse” la mayoría: “era la ciudad de Medellín, con tantos habitantes, la que no tenía un sitio para ella” (p. 200), la que “rechaza a las mujeres caídas” (p. 165).
La crisis es ahora una sombra para Helena y para la ciudad. El progreso se observa por todas partes, Helena ha aceptado la ciudad y se ha insertado en ella; sin embargo la crisis sigue en el alma del personaje y penetra todos los intersticios de la sociedad. Se ha avanzado a otra etapa, pero no se han superado las contradicciones de la etapa anterior, por eso siguen vigentes, aunque encubiertas.
A manera de compendio, el recorrido de Helena desde los tiempos de pobreza en el campo (años veinte), de cocinera, obrera y mendiga en la ciudad (años treinta), hasta la época de solvencia como jefe de saloneras en un bar público (mediados de los años treinta) y de prostituta famosa (años cuarenta), guarda su afinidad con el proceso social e histórico vivido en Colombia en las primeras cuatro décadas del siglo XX. Las tres primeras, bajo la hegemonía conservadora, fue de desarrollo lento y vida señorial; la cuarta, de gobierno liberal, fue de acelerado desarrollo socioeconómico, pero también de revoluciones frustadas porque el país político, religioso y terrateniente no estaba preparado y no aceptaba el cambio que era necesario para modernizar la sociedad y el Estado, como ha ocurrido casi siempre.
A través de la protagonista y de la ciudad de Medellín, paralelamente, se pueden
observar los cambios producidos histórica y mentalmente y sus efectos en la sociedad
en el segundo cuarto de este siglo:
Primero, Helena es un ser mediado por los conflictos. Ella es el signo de los nuevos tiempos. No dejará su condición de ser marginal ni la sociedad le perdonará el haber abandonado la vida del campo para instalarse en una ciudad en la cual nunca se reconocerá ni la admitirá como parte suya: “yo seguiré siendo para todo Medellín la Nena o Doris de la Fontaine. Despreciada por todas las mujeres y amada por todos los hombres” (p. 193). La sociedad que la explota económicamente es la misma que le niega el derecho al trabajo, la viola y arroja luego al cieno, se apropia de su cuerpo y después la abandona a la peor suerte al calumniarla y acusarla de homicida por la muerte de un suicida al que ayudó a enriquecerse.
Segundo, el progreso trae consigo, según el narrador, los signos de su decadencia, observados en: la “maldita economía del oro” que lleva a la crisis, a la especulación y a la ruina (p. 29); el acaparamiento, el agiotismo en los préstamos y la usura que empobrecen al pueblo; la delincuencia de cuello blanco; la discriminación a todo nivel: étnica, sexual, en las costumbres, en los apellidos, en las relaciones sociales, en el tratamiento personal, en las congregaciones piadosas, en las modas, en la alimentación, en los barrios, en los cementerios, en los trenes, en los teatros; en las inversiones que producen altos dividendos como la feria de ganados, la bolsa de valores, los bienes raíces, el testaferrato, los inquilinatos, la prostitución, el proxenetismo. Leyes que sólo sirven para aplicarse a los pobres y “encubrir los actos cobardes y sanguinarios de los grandes” (p. 187); el desarrollo urbanístico no planificado y esnobista que genera una “babel en la arquitectura”; el individualismo sobre el cual se edifica la “ciudad moderna” (p. 59): la indiferencia e insolidaridad, la masificación, el anonimato y la pérdida del humor; la hostilidad al arte y al libre pensamiento.
En fin, Medellín es la capital de un sector de la sociedad fijado en sus propios intereses y ausente de la dramática realidad en la cual vive la mayoría. Es, según la lapidaria frase del narrador–protagonista al final de la novela: la “ciudad del lucro y del lujo, del pecado y de la hipocresía, de la riqueza y la ignorancia, del mérito sin estímulo y de la injusticia social” (p. 199). Ciudad equívoca, repugnante, pagana, babélica, deicida, que no deja descubrir su alma. Lugar de los espejismos que tantas veces, sonriente, había mostrado a los dos protagonistas la riqueza, los había elevado casi hasta ella, por el solo placer de soltarlos luego y ver cómo se estrellaban “contra su cemento indiferente” (p. 24).
Una mujer de cuatro en conducta es la primera novela que penetra de manera tan incisiva y lacerante en el corazón abierto de la ciudad. También, la primera que pone al descubierto un estado de progresiva descomposición moral y social; efectos palpables en la sociedad del presente.


...
Bibliografía
Arango Ferrer, Javier. “Una mujer de cuatro en conducta”. El Tiempo; Lecturas Dominicales. Feb. 20/49, p. 9ª.
Arango Ferrer, Javier. Horas de literatura colombiana. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1978. p. 120–121.
Curcio Altamar, Antonio. Evolución de la novela en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1975. p. 212.
Herrera Soto, Roberto. “Una mujer de cuatro en conducta”. Revista de las Indias.
Bogotá, 35(111): 462–463, oct.–dic./49.
Mejía Vallejo, Manuel. “La novela de Jaime Sanín Echeverri”. El Colombiano. Nov.
26/48, p. 3, 4.
Morales Benítez, Otto. “La novela en Antioquia. ‘Una mujer de cuatro en conducta’.
El Tiempo; Lecturas Dominicales. Mar. 12/50, p. 3.
Naranjo Villegas, Abel. “Carta a Jaime Sanín Echeverri”. El Colombiano. En. 4/49, p.
3, 10.
Ospina, Uriel. Sesenta minutos de novela colombiana. Bogotá: Banco de la República, s. f. p. 131–132.
Rincón, Ovidio. “Jaime Sanín Echeverri”. El Colombiano. Sep. 9/48, p. 5.
NOTAS
1
Prólogo al libro de Jaime Sanín Echeverri, Jaime. Una mujer de cuatro en conducta. Medellín:
Universidad de Antioquia, 1995.
2
Jaime Sanín Echeverri, Rionegro, 1922. Novelista, ensayista, abogado, periodista, exrector de la
Universidad de Antioquia, director de la revista Arco desde 1972 hasta 1986. Ha publicado: Una
mujer de cuatro en conducta (novela, 1948), Palabras de un viejo colega (ensayo, 1949), ¿Quién dijo miedo? (novela, 1960), Acercamiento a la Universidad (ensayo, 1971), Emilio Robledo (ensayo, 1974), Ospina supo esperar (ensayo, 1978), El obispo Builes (ensayo, 1990), Crónicas sobre Medellín (1992).
3
Mejía Vallejo, Manuel. “La novela de Jaime Sanín Echeverri”. El Colombiano. (nov.26/48): 3, 4.
4
Naranjo Villegas, Abel. “Carta a Jaime Sanín Echeverri”. El Colombiano. (en.4/49): 3, 10.
5
La primera edición publicada en 1948 fue de mil ejemplares, la segunda en 1949, de cinco mil y la tercera en 1960, de diez mil; luego aparecieron tres más editadas por Bedout.
6
Arango Ferrer, Javier. “Una mujer de cuatro en conducta”. El Tiempo; Lecturas Dominicales. (feb.
20/49): 9ª.
7
Morales Benítez, Otto. “La novela en Antioquia. ‘Una mujer de cuatro en conducta’. El Tiempo;
Lecturas Dominicales. (mar.12/50): 3.
8
Sanín Echeverri, Jaime. “Carta a Baldomero Sanín Cano”. El Colombiano. (en.6/49):5.
9
Ambos aspectos, el literario y social, se están estudiando con miras a una investigación de mayor cobertura sobre la novela y otras obras de Jaime Sanín Echeverri.
10 la primera y la mejor sobre el Medellín de su tiempo, en la opinión unánime de los críticos.
11
Todas las citas son tomadas de la tercera edición. Una mujer de cuatro en conducta. Lima:
Panamericana, 1960. p. 8.
12
Referente de las donaciones hechas por el pueblo colombiano durante la guerra con el Perú en 1932.

domingo, 3 de agosto de 2008

Club Edad Dorada: huellas de casa y ciudad


Club Edad Dorada:
huellas de casa y ciudad
Luis Fernando González Escobar
Comfenalco, Coleccion Entornos,
103 páginas, 2007.

Luis Fernando González Escobar pertenece a una nueva serie de investigadores urbanos que han indagado desde diferentes perspectivas sobre la ciudad. Si algo prima en sus investigaciones es que prima el detalle, por encima de las generalidades.
En su investigación para Comfenalco, Club Casa Dorada: huellas de casa y ciudad, nos apasiona esa búsqueda por mantener esa convicción por la perdurabilidad de la historia impresa y habitada en esta casa de Prado. Desde esta investigación sabemos que esa casa, fue construida por José Maria Uribe Amador, y los avatares desde su construcción hasta que fue donada.
De esa manera sabemos, cada que pasmos por su fachada en Cuba con Chile, como esa casa tiene su identidad y no es una simple fachada que llama la atención sino que hay allí impresa una de las huellas de Medellín desde su infancia. De tal manera ya no veremos con sorpresa las fotografías que nos muestran esa ciudad que se ha construido pulso a pulso y con especulaciones mobiliarias sino que con el presente texto nos habla y nos complementa una parte de la historia que poco a poco nos da riqueza de una huella de cómo la ciudad se ha erigido.
La ciudad es un ser viviente que cambia a cada momento y si hablamos de nombres como el barrio Independencia. Rodriguez Triana, Berlín vemos como esa ciudad ya no existe. Así como se vuelve polvo y recuerdo la presencia del tranvía y de los baños de inmersión.
Medellín la ciudad con historia, que no quiere situar su historia, es recobrada de esa manera, antes de que vengan los bárbaros que la destruyen en cada generación.
Luis Fernando González Escobar nos devuelve con el detalle del investigador esa ciudad que amamos.

sábado, 14 de junio de 2008

Palacio de los Medina

Palacio de los Medina
Heliodoro Medina Estrada: nació en Angostura, municipio del departamento de Antioquia.
Estuvo casado con Rosa Angulo Uribe, lo llamaban Lolo, fue fundador de Rosellón en Yarumal firma que se inició como importadora de telas, luego se pasó a Envigado donde se convirtió en productora de telas. También fue fundador del Banco de Yarumal en 1901, Tejidos Medina, la Compañía de tejidos La Unión y la Calcetería Helios. Y negocios explotación en la renta de licores.
Para él fue construido en 1916 el llamado Palacio de los Medina por su hermano Tulio Medina, que había estudiado arquitectura en Liverpool. Tulio Medina llegó a ser un arquitecto prestigio que tuvo discusiones públicas con el arquitecto Agustín Gooevaerts en varios artículos en la revista Progreso sobre La arquitectura de los Palacios y lo que él consideraba un estilo nacional. Fue concejal de Medellín en 1932. Fue muy amigo de Jorge Eliécer Gaitan.
Para la película Bajo el cielo antioqueño en 1924-25, en el Palacio de los Medina se filmaron algunas escenas.
Este fue comprada al urbanizador Cipriano Rodríguez. En la actualidad El Palacio de los Medina, es la sede del grupo teatral El Águila Descalza.
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Bajo el cielo Antioqueño
Hernando Salcedo Silva
"Bajo el cielo antioqueño" se comenzó a fil­mar en Diciembre de 1924 y terminó en Juniode 1925, tiempo más bien largo aún para la épo­ca y las condiciones del cine en Colombia, debi­do a las obligaciones sociales y comericales delos actores. Estos actores fueron seleccionadosentre la alta sociedad de Medellín, lo que da ca­racterística especial a la película, debido a unarazón muy práctica: la gente acudiría a ver "Ba­jo el cielo antioqueño" para verse a sí mismos,llevando naturalmente a su familia y amigos, yel público en general, por descubrir gente cono­cida, familiar, atractivo que en realidad tuvogran éxito. .'
Tratándose de una producción importante para su tiempo, se planeó contratar un camaró­grafo extranjero, tratando de conseguirlo en Europa o Estados Unidos, lo que fue imposible por los exagerados costos de importar un técni­co para filmar la película. Ante el problema de camarógrafo, Arturo Acevedo propuso a Gonza­lo Mejía que su hijo Gonzalo podía servir para este oficio, previo examen de habilidad que cumplió muy bien, siendo contratado inmediatamente. Gonzalo Acevedo era fuerte en teoría que había estuadiado en "la biblia", "La Cinematographie" de los Hnos. Lumiere, y en otros textos, pero sin mayor experiencia personal en el manejo de la cámara ni del trípode que en esos años 1920, debían manejarse alternada­mente y a mano.
Sin conocer la película es imposible descri-briía en sus cualidades y defectos, pues las abun­dantes fotografías de "Bajo el cielo antioque-ño" son precisamente eso: fotografías que mues­tran la frontalidad característica del cine primi­tivo en la colocación de cada uno de los elemen­tos del plano. Más que las foto-fijas de toda pe­lícula que le sirven de propaganda a la entrada de los teatros, parecen fotos comunes de personas que se prestaron para posar en diferentes si­tios, y si conociendo el tema pudieran ordenarse en sene, hasta podrían formar una curiosa foto-novela, gracias a su excelente calidad fotográfica lograda por Manuel Laünde, el encargado de las foto-fijas.
También por las fotografías se observa que la película presentaba bastantes escenarios y mu­chos personajes. Del baile de sociedad en el club elegante, se pasa a danzas folcoricas campesi­nas; de algunas calles y lugares del Medellfn de hace Cj0 años, al campo, con profusión de campesinos; de una escena con monjas, al suspenso del asesinato de una muchacha cometido por apaches de pura extracción paisa-parisiense; de un parque especial para enamorados, a suntuo­sas habitaciones de gente rica; de la equitación, al automovilismo, o del barco del Magdalena al hidroavión; "Bajo el cielo antioqueño", además del atractivo de su elegante reparto, tenía mu­chos recursos para entretener al público.
El éxito de "Bajo el cielo antioqueño" de acuerdo con testigos de la época, fue apoteósi-co. Después de la exhibición de la película que
duraba 2 horas 10 minutos (13 rollos), los so­cios del Club Unión organizaron un suntuoso baile con todos los actores y técnicos. A excep­ción de las ciudades y por su duración, en los pueblos se presentaba en dos noches consecuti­vas con el mismo éxito de todas partes. Parece que "Bajo el cielo antioqueño" fue un gran ne­gocio, que se renovó cuando la película fue reestrenada en 1942. Es de esperarse que superados algunos problemas actuales podrá verse pron­to uno de los ejemplos más famosos de nuestro cine mudo.

Primera página de El Colombiano anunciando Bajo el cielo antioqueño







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Afiche promocional de Bajo el cielo antioqueño para su restauración en 1996.

domingo, 8 de junio de 2008

Jesús María Mora Carrasquilla

Casa donde vivió el industrial Jesús Mora


Jesús María Mora Carrasquilla
Industrial. Financista. Filántropo. Nació en Angostura (Antioquia – Colombia) el 19 de diciembre de 1889.
Hijo de Federico Mora y Ana Rosa Carrasquilla. (Su padre fue colonizador de la región y su madre dama de gran talento práctico), Autodidacta, En sus estudios elementales fue discípulo de Miguel Ángel Osorio —el inmortal Porfirio Barba Jacob— y condiscípulo del gran posta Francisco Jaramillo Medina. Hombre de grande inteligencia y de energía superior, se formó por sí solo y se entregó desde muy ¡oven a la vida del comercio y de la industria. Casado con doña Delia de la Hoz. Hijos: Mario, Armando, Raúl, Marina, Alfonso y Alfredo.
Don Jesús Mora fue Consejero Económico de varias empresas comerciales e industriales; Director General de la casa comercial que lleva su nombre; miembro de numerosas Juntas Directivas; Co-fundador de varias fábricas de cemento; de Tejido El Cóndor; de la Empresa Siderúrgica; de Pepalfa; de Imusa; miembro de la Directiva del Consorcio de Cervezas, desde que éste se fundó. Mora Hermanos, de la cual fue director, es una sociedad múltiple, con gran capital al servicio de le producción y que se ocupa en negocios comerciales e industriales y pertenece a tres asociados: Jesús, Eliseo y Camilo Mora.
Filántropo y hombre de vasta percepción económica, su consejo es generalmente solicitado y sus sentencias admirables son aplaudidas por todo el mundo. Don Jesús Mora sostuvo que “el hombre no es rico sino hasta la concurrencia de lo que gasta". Fue socio del Club Unión y del Club Campestre de Medellín. Perteneció a la Junta Directiva del Hospital de San Vicente y del Manicomio. Fue uno de los fundadores de la Universidad Pontificia Bolivariana y de la Universidad de Medellín, Tiene el título de Caballero Templario. Viajó por Estados Unidos, Venezuela, Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza, Bélgica, Italia, etc.

sábado, 7 de junio de 2008

Carlos E. Restrepo




Carlos E. Restrepo



1910-1914




Carlos Eugenio Restrepo (Carlos E. Restrepo), nació el 12 de septiembre de 1867 y murió el 6 de julio de 1937, hijo de Pedro Antonio Restrepo y Cruzana Restrepo Jaramillo. Cursó estudios en el Instituto de Enseñanza Superior. Suspendió sus estudios de Derecho por la guerra de 1885. Participó también en la Guerra de los Mil Días, como Jefe del Estado Mayor del conservador Pedro Nel Ospina. Luego estudió por su cuenta y trabajó en el bufete de su padre.
Inició una brillante carrera profesional que lo llevaría a la Presidencia de la República de Colombia. El 16 de abril de 1890 se casó con Isabel Gaviria, con quien tendría 9 hijos, entre ellos Margarita, futura esposa del filósofo Fernando González. Después de su periodo presidencial regresó a Medellín donde se vinculó con la industria privada. Vuelve nuevamente a la política para participar en el gobierno de Enrique Olaya Herrera como ministro de Gobierno y embajador ante la Santa Sede. Murió en su casa de Medellín, el 6 de julio de 1937, víctima de una pulmonía.
En su honor, uno de los barrios tradicionales de Medellín lleva su nombre.

Carrera política y profesional
Carlos E. Restrepo ejerció numerosos cargos a lo largo de su vida: Inspector de Instrucción Pública, Secretario de Juzgado Superior, Juez Superior de Circuito de Antioquia, Concejal de Medellín, Secretario de Gobierno, Rector de la Universidad de Antioquia de abril de 1901 a abril de 1902 (llevó a cabo una importante reforma del pensum); profesor de derecho romano, economía política y derecho constitucional. Pero su carrera política solo iniciaría hasta 1909, como miembro de la Cámara de Representantes donde fundó la Unión Republicana.
Luego de un fulgurante año en el congreso, el 15 de julio de 1910 la Asamblea Nacional lo elige como Presidente de la República por 23 votos a su favor contra 18 de Jose Vicente Concha, convirtiéndose en el primer antioqueño en ocupar la Presidencia. Al terminar su mandato se instaló otra vez en la ciudad de Medellín para trabajar en varias empresas privadas. Sin embargo, regresó a la política como Ministro de Gobierno del presidente liberal Enrique Olaya Herrera, gobierno que marcaría el fin de la Hegemonía Conservadora en Colombia, un largo periodo que se extendió prácticamente desde la Regeneración de Rafael Nuñez en el siglo XIX y donde los liberales estuvieron ausentes del poder. Carlos E. participó en este gabinete a pesar de ser conservador, pues se caracterizó por anteponer los intereses del país a los de los partidos. Luego sería nombrado como embajador ante la Santa Sede durante esta misma administración.
Carlos E. ocupó muchas otras posiciones, además de haber fundado varias instituciones. Una lista incompleta de sus labores incluye el ser gerente de la Compañía Colombiana de Tabaco en 1919 y de la Naviera Fluvial Colombiana, miembro de la junta directiva principal de Bancoquia entre 1920 y 1923, creador de la Imprenta Departamental de Antioquia en 1882 y fundador de la Lotería de Medellín. A él le debemos también la creación de la Fundación San Vicente de Paúl, la fundación de la Sociedad de Mejoras Públicas y de la Cruz Roja Colombiana en Medellín.
Entre sus actividades dentro del periodismo, oficio que realizó a lo largo de toda su existencia, vale la pena mencionar que dirigió El Correo de Antioquía, fundó La República en 1891, fundó Vida Nueva (opuesto al gobierno de Rafael Reyes), y la revista Colombia (1916-1922), donde tuvo una columna. Colaboró en otras revistas antioqueñas de principios del siglo XX como El Montañés (1899), La Miscelánea (1888, 1905), Lectura y Arte (1903) y Alpha (1906, 1907, 1908, 1910), con artículos políticos, literarios, religiosos y traducciones (dominaba bien el inglés y el francés).

Casa de Carlos E. Restrepo en Cuba con Ecuador